Hace mucho había publicado el trailer de lo que sería la tercera película con magos como protagonistas en los últimos años. No he tenido la oportunidad de ver esta, espero hacerlo muy pronto, pero los dejo con la sinopsis de La Butaca. Apenas la vea, publicaré mi review.
El truco del amor
Por: Julio Rodríguez ChicoEn realidad, cualquier proyección de cine se convierte en un auténtico número de magia, por los trucos y apariencias que la imagen encierra, por la ilusión de unas sombras que se desvanecen cuando se encienden las luces, por la huida de la realidad y por su carácter de espectáculo. Pero especialmente en esta ocasión, al ir a ver la película de Gillian Armstrong, hay que hacerlo con ese ánimo de descubrir el misterio que se esconde tras una puesta en escena que busca impresionar y distraer, de desentrañar los motivos que mueven a unos expertos en el arte del engaño y la simulación, de descubrir los trucos que los nuevos magos del celuloide nos han preparado en un guión de apariencias e historias soterradas.
Por eso, ahora más que nunca nos está prohibido desvelar nada de la trama y dejar lugar al misterio de la sala oscura. Sólo podemos decir que detrás de este nuevo juego de rivalidad entre magos y ocultistas hay una historia de amor (¿en dos fases?), como también de venganza, de lucha por la supervivencia e incluso de redención de culpas pasadas. Un mito caído, el gran Houdini, que vive con miedo a la verdad y perdido entre la farsa, sin espacio en su corazón para el amor auténtico, que llega a Edimburgo y reta a quien sepa lo que su madre le dijo antes de morir. El premio de 10.000 dólares atrae a Mary, quien con su hija Benji trabaja en el mundo del espectáculo con trucos y adivinaciones de poca monta. Atracción de la niña por su ídolo, de la madre por la recompensa, del mago por la belleza de Mary. Ya está completo el triángulo para salir a escena y construir un espectáculo de ilusiones y apariencias que sólo al final se descubrirán.
Inicialmente, cuesta ver a Catherine Zeta-Jones en el personaje de una mujer que se mueve entre la mugre, la rapiña y los favores de viejos verdes: con el tiempo se clarificará, y en parte quedará justificado, el haber acudido a uno de los iconos de belleza para ese papel. Aunque hace un buen trabajo, no es extraordinario ni nos ofrece nada que no le hayamos visto antes, lo mismo que Guy Pearce como último gran mago que vive atrapado por el peso de la culpa más que por las cadenas: entre ellos, el romance no está del todo conseguido ni resulta tan convincente como para desencadenar la trama. También el bueno de Timothy Spall —imposible que interprete a un malvado— actúa con convicción como representante y protector del mago. Pero quien sin duda se lleva la palma es Saoirse Ronan, esa niña que deslumbró en «Expiación: Más allá de la pasión» y que ahora cambia de registro para ser alumna aventajada, la mejor de la clase, en el arte de la interpretación y también en el de la magia (no en vano, en algo se parecen los trabajos, como hemos dicho, y todo se basa en creerse su papel): su mirada es jovial y luminosa, viva e inteligente, y sus movimientos gráciles y de niña espabilada; sin duda, esta chica tiene un don, y no es precisamente el de médium sino el de trasmitir autenticidad a sus papeles.
La parte de ambientación artística está cuidada, con un diseño de producción que nos lleva a los años 20, una fotografía que recurre a claroscuros y tonos cálidos, en ocasiones entre neblinas y humos, entre espejos que deforman y multiplican la imagen, en una búsqueda de la indefinición y el misterio. Como exige la historia, se introducen escenas oníricas de pesadillas y traumas, como también algunas imágenes de archivo, éstas sin otra misión que datar históricamente los hechos y dar veracidad a los personajes. El guión se pierde en ocasiones en su desarrollo dramático, y da lugar a equívocas interpretaciones y varios posibles finales antes de que caiga el telón de la muerte, con lo que el espectador queda un tanto desorientado y perplejo. Es un acierto, sin embargo, que se adopte el punto de vista de la pequeña Benji como narradora, en la evocación de un tiempo en que creía tener el don de ver lo invisible pero que perdió al hacerse mayor. Juego de palabras para referirse en realidad al don de creer en el amor, de no cercenar la realidad y reducirla a lo que se ve y se toca, de superar los desencantos y el escepticismo que llegan con la edad adulta.
Sin embargo, frente a otras cintas recientes, ésta no tiene la fuerza dramática de «El truco final (El prestigio)» ni la recreación de época «fantasmal» de «El ilusionista», simplemente porque en el fondo no es más que una historia de amor, una llamada a no sucumbir en un mundo de engaños y mentiras, a seguir creyendo en la magia del amor y a no desvelar su truco. No hay otra verdad que el amor y la muerte, y por eso Houdini se debate continuamente entre ambas realidades y se deja arrastrar por ellas, derivando incluso hacia cierto complejo edípico. Aunque la magia sea algo secundario, la película gustará a quienes disfrutaron con las otras dos de temática similar, y también a quienes busquen pasar un rato agradable asistiendo a un espectáculo de sentimientos que aparecen y desaparecen, a un juego con la muerte que se invoca y anuncia, a un duelo de farsantes que esconden sus intenciones y sus monedas entre los dedos y que crean ilusiones que se convierten en realidades donde se aprende a amar.
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